Estaba la víspera del 24 cenando con unos amigos, con cervezas y vino, teniendo una de esas conversaciones que la edad, el alcohol y, en mi caso, la fiebre, suelen servir entre el segundo, el postre y el cambio de bar, hablando de la existencia (o no) de un ser superior y de la capacidad (o no) humana (o no) por aprender, cuando se llegó a una de mis tantas obsesiones: la incapacidad de los humanos por comprender conceptos abstractos como el azar, el infinito o la no linealidad (lo que casa con el determinismo de los actos, la insoportable levedad del ser...).
Como en todas las buenas discusiones no hubo gritos ni intentos de imposición, una buena partida de cartas en la que enseñamos los naipes intentando mejorar la mano de todos. Y salió una nueva idea (quizás sólo para nosotros). El cerebro no puede librarse de la máxima de que Nada en biología tiene sentido si no es bajo la luz de la evolución. Siendo así, ¿a qué y en qué mundo se ha adaptado nuestro cerebro? A un mundo finito regido por la causalidad (que no casualidad). Un mundo en el que hay números naturales de elementos y relaciones de causa-efecto entre las cosas que podrían afectar nuestra supervivencia.
Gracias a la plasticidad del cerebro hemos podido aprender a trabajar con el concepto de infinito e, incluso, podemos tratar de acercarnos a "las leyes del azar", pero eso no quiere decir que los comprendamos. Nos es imposible comprender e interiorizar el infinito (pensaremos en un número muuuuuy grande, que estará a igual distancia del infinito que la unidad) o en el azar (o en la física cuántica). Sabemos que están ahí y tenemos maneras de aceptarlos y poder trabajar con ellos, al igual que podemos "ver" en infrarrojos, pasándolos a luz visible. Pero nunca podremos comprenderlos.
Gracias a la plasticidad del cerebro hemos podido aprender a trabajar con el concepto de infinito e, incluso, podemos tratar de acercarnos a "las leyes del azar", pero eso no quiere decir que los comprendamos. Nos es imposible comprender e interiorizar el infinito (pensaremos en un número muuuuuy grande, que estará a igual distancia del infinito que la unidad) o en el azar (o en la física cuántica). Sabemos que están ahí y tenemos maneras de aceptarlos y poder trabajar con ellos, al igual que podemos "ver" en infrarrojos, pasándolos a luz visible. Pero nunca podremos comprenderlos.
¿No será esta incapacidad la que nos fuerza a buscar explicaciones "antropogéicas" (que queden dentro del mundo humano, y, por tanto, de su comprensión) a fenómenos que no los tienen? ¿No serán los límites de nuestro cerebro el origen de los seres superiores?
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