Pese a la creencia popular de que nuestras parejas sexuales nos entran por los ojos (o por el estómago, según algunos), se conoce desde siempre que, de hecho, nos entran por la nariz.
Cleopatra, conocedora de esta influencia, usaba con habilidad los perfumes para atraer a sus parejas. Las grandes compañías perfumistas nos intentan convencer del poder de un buen olor para atraer a nuestros compañeros (tan solo hay que ver los anuncios de perfumes, a caballo entre la publicidad y el cine erótico). Pero sin duda, los que realmente dominan este arte son los animales. Ellos no se andan con tapujos y en lugar de gastarse un dineral en copas en un complejo ritual de apareamiento que, en la mayoría de los casos queda en nada, van directamente al centro de la cuestión. Y el centro de la cuestión está exactamente ahí, efectivamente, a unos centímetros del ano. Ahí es donde los animales tienen localizadas unas glándulas que secretan feromonas, las moléculas que decidirán si esta pareja que acaba de conocerse tendrá futuro o no.
Cleopatra, conocedora de esta influencia, usaba con habilidad los perfumes para atraer a sus parejas. Las grandes compañías perfumistas nos intentan convencer del poder de un buen olor para atraer a nuestros compañeros (tan solo hay que ver los anuncios de perfumes, a caballo entre la publicidad y el cine erótico). Pero sin duda, los que realmente dominan este arte son los animales. Ellos no se andan con tapujos y en lugar de gastarse un dineral en copas en un complejo ritual de apareamiento que, en la mayoría de los casos queda en nada, van directamente al centro de la cuestión. Y el centro de la cuestión está exactamente ahí, efectivamente, a unos centímetros del ano. Ahí es donde los animales tienen localizadas unas glándulas que secretan feromonas, las moléculas que decidirán si esta pareja que acaba de conocerse tendrá futuro o no.
La producción de estas moléculas difiere entre diferentes individuos, y esto hace que unos resulten más atractivos que otros. Pero existe también una gran variabilidad en la percepción olfativa: un mismo olor no produce las mismas sensaciones a todos los individuos. Así, la androstenona, un compuesto oloroso derivado de la testosterona, es percibido como un olor desagradable por unos, dulce y floral por otros y incluso algunos son incapaces de notarlo. Se han observado variaciones similares en la percepción de muchos otros olores, pero la base mecanística de la variación en la percepción olorosa entre individuos es todavía desconocida. Ahora, un grupo de investigación de la prestigiosa Rockefeller University, en Nueva York, ha investigado sobre este tema y sus estudios les han llevado a publicar un artículo publicado esta semana en la revista Nature.
En este trabajo estudian el receptor olfativo humano OR7D4, especialmente sensible a la androstenona y sus derivados. Existe una variante de este receptor, OR7D4 WM, bastante común entre la población, que contiene dos mutaciones puntuales que resultan en el cambio de dos aminoácidos. Estas mutaciones afectan a la función del receptor in vitro. Un estudio con 391 personas a los que se les hizo oler adrostenona, refleja que los individuos que tienen al menos una de las dos copias de este receptor mutadas son menos sensibles a este compuesto y sus derivados que los que tienen ambas copias intactas. Este grupo de personas, además, encuentra estos olores más agradables que los individuos que poseen ambas copias del receptor intacto.
Este artículo no sólo confirma que la percepción de la adrostenona es una cuestión genética, sinó que relacionan por primera vez la percepción olfativa con la función de un receptor olfativo determinado.
De manera que parece que estamos genéticamente inclinados a sentir más atracción por unos secretores de feromonas que por otros. ¿Y donde quedó la sonrisa Profident?
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