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20/3/08

En Semana Santa, una de romanos (y de egipcios, griegos...)

Ahora que más de uno dedica sus horas de asueto a contemplar en la pantalla del televisor melodramáticas escenas de dudosa fiabilidad histórica en las que aparecen fornidos romanos con faldita enseñando las pantorrillas, atractivas egipcias y en general, macizos precristianos, vamos a aprovechar para comentar cuatro cositas sobre los conocimientos de los que disponían en la antigüedad sobre unas enfermedades que preocupan tanto a la población moderna: la malaria y el cáncer.

Aunque en el primer mundo tenemos la idea de que la malaria es una enfermedad relegada a las zonas tropicales, hay constancia de que asoló la región mediterránea y en general, todo núcleo de población en la antigüedad , aunque su nombre actual provenga del término usado por un médico italiano del siglo XV. Gracias a la genética molecular, hoy sabemos que el mosquito que actúa como vector de transmisión de la malaria tiene un origen africano, y que en la era post-glacial se trasladó a las costas mediterráneas. Los papiros egipcios precristianos y los relatos de Herodoto hablan de fiebres intermitentes que afectaban a los habitantes de las orillas del Nilo, pero las someras descripciones de los síntomas y la ausencia de relación con los mosquitos hacen dudar de si se trataba de fiebres maláricas. Gracias a la secuenciación del DNA encontrado en momias, hoy tenemos evidencias de que el Plasmodium falciparum infectaba a sus anchas.

Pero es el griego Hipócrates quien dejó para la posteridad descripciones más detalladas de los síntomas y complicaciones de las fiebres estacionales, que permite a los historiadores médicos actuales asumir de forma casi irrefutable que estaba hablando de los distintos tipos de malaria.De hecho no se descarta que fuera la malaria la que se llevara a Alejandro Magno por delante.

En la época romana las mejoras en la sanidad pública pusieron énfasis en la higienización de las zonas húmedas. Todos los grandes médicos de la antigüedad nos hablan de las fiebres tercianas y cuartanas, tan cotidianas para ellos, que afectaban al vulgo, a personajes importantes de la vida política, y hasta tenían implicaciones militares. Es de suponer que la malaria afectó a otras regiones de Europa, pues hay especies de Plasmodium que sobreviven en climas más fríos.

Sin embargo sólo los chinos relacionaron claramente la fiebre con la picadura de los mosquitos, pues en la zona mediterránea se seguía la tradición médica de atribuirlas a vapores malignos o incluso a la acción de los dioses.

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Respecto al cáncer, también les debemos a las momias y a los papiros egipcios las primeras evidencias de que los médicos de aquella época ya conocían tumores como el de mama, matriz, tiroides, piel, estómago...Muchos de ellos fatales, aunque se aplicaban soluciones quirúrgicas o tratamientos con plomo, azufre o arsénico.

A las imaginación de Hipócrates a la hora de describir físicamente los tumores les debemos los términos actuales relacionados con el cáncer. Él propuso que la enfermedad se debía al desequilibrio de los humores del cuerpo, dado que observó que distintos tipos de tumores se asociaban a secreciones malignas, pero tampoco pudo proponer mejores soluciones que la cirugía o la cauterización. Posteriormente Celso y Galeno profundizaron ampliamente en estas investigaciones, e incluso intentaban tratamientos basados en alimentos y sustancias naturales; la obsesión de este último por atribuir el cáncer a la acumulación de bilis negra y la adopción de esta teoría por los cristianos y árabes retrasaron la mejora en el conocimiento hasta la época de la Ilustración.

Para quien quiera saber más, recomiendo la lectura de estos artículos en inglés sobre la malaria y el cáncer y remito a entradas anteriores de este blog.

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