Uno de los problemas quasi-filosóficos para los que aún no hay una respuesta clara es el eterno debate entre determinismo y azar en el comportamiento humano. ¿Somos marionetas movidas por la física y la química? ¿Todo lo que hacemos lo hemos realizado por nosotros mismos o por que está escrito en nuestros genes y nuestro ambiente? ¿Hay alguna posibilidad de que el azar entre en el juego de las decisiones humanas? ¿Existe el libre albedrío? | Contra más avanza el estudio del cerebro y del comportamiento humano más nos acercamos al extremo de “Somos química”. Parece haber una tendencia a determinados comportamientos y decisiones marcada por los genes que se encuentran en nuestras células (por suerte, esta afirmación se reduce a “una tendencia”, sinó daría miedo). Pero no sólo los genes influyen, el ambiente también tiene algo que decir. En un artículo de este Noviembre de PloS One, se ha estudiado cómo afecta la estación en que se nace a diferentes parámetros del comportamiento. |
En su estudio concluyen que los varones nacidos en invierno presentan una mayor tendencia a buscar sensaciones nuevas. Son más curiosos y se “atreven” más con actividades desconocidas y potencialmente peligrosas que los nacidos en verano.
Esto lo relacionan con los ritmos circadianos de los que ya hemos hablado aquí (En Todos a la cama y Dando cuerda a las bacterias). Las horas de luz que le llegan al bebé mientras está en el vientre materno parecen influír en el comportamiento que éste presentará de mayor.
Los autores hablan de un mecanismo de adaptación de especie. En cierta manera, para vivir los períodos invernales, o cerca del polo, situaciones en las que se supone un menor aporte de alimentos, favorecen el nacimiento de varones arriesgados, capaces de atreverse a explorar, innovar o conquistar. Incluso lo relacionan con los datos del incremento del número de guerras y cambios de gobierno en China también comentados en este blog.
En fin, como bien dicen los Stark: “El invierno se acerca”.
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