Justo al principio de la película Astérix el Galo, Astérix nos saluda en catalán, castellano, inglés, francés, japonés y un montón de idiomas diferentes. Y es que, de hecho, Astérix y sus colegas galos, a pesar de vivir en un pequeño pueblecito aislado por el invasor, hablan muchos idiomas: sus aventuras han sido traducidas a más de 100 lenguas diferentes. La culpa de eso es, según la tradición bíblica, de Dios. Al principio de los tiempos toda la humanidad hablaba el mismo idioma y, por lo tanto, nos entendíamos perfectamente unos con los otros. De tan bien que nos entendíamos decidimos construir una torre que llegara al cielo en las llanuras de Shinar, y eso -no me preguntéis por qué, aunque dicen que lo consideró uno arrogancia- no le gustó nada a nuestro creador, quién decidió confundir las lenguas y complicó considerablemente la comunicación entre las personas.
Asterix (imagen de flickr)
La mayoría de las lenguas que se hablan en Europa hoy día -con algunas excepciones como el Vasco- derivan de un idioma mucho más antiguo, el Indo-Europeo. Aunque hay diversas hipótesis sobre el origen y expansión del Indo-Europeo, basadas no sólo en la lingüística sino también en las pruebas aportadas por disciplinas como la arqueología o la genética, parece que esta lengua se expandió por Europa y el sur de Asia y dio lugar a las principales sub-familias lingüísticas presentes hoy en día en estos territorios. Dentro de estas sub-familias, por ejemplo, encontramos a la Germana, la Céltica o la más próxima a nosotros, la Itálica, que incluye las lenguas románicas.
Los idiomas que hablamos hoy día, sin embargo, tienen poca similitud con el Indo-Europeo. Eso pasa porque las lenguas, como los seres vivos, también evolucionan a lo largo del tiempo. La diferencia entre unos y las otras es que las últimas lo hacen mucho más deprisa, y por lo tanto cuesta mucho más identificar las relaciones entre ellas. Así pues, ¿cómo lo hacen los lingüistas? Bien, para empezar, hay palabras que son muy modernas, y éstas ya se descartan porque no sirven para buscar relaciones antiguas. Por otro lado hay palabras, como por ejemplo las que utilizamos para nombrar a los números, que tienen raíces mucho más antiguas y nos permiten establecer relaciones entre los idiomas. Estas palabras, que tienen un significado parecido pero también se pronuncian de manera parecida se llaman cognados. Cuanto menos tiempo haya pasado entre la diversificación de las lenguas mucho más fácil es encontrar cognados: hay muchas palabras que se parecen entre las diferentes lenguas románicas, pero es mucho más difícil encontrar palabras que nos indiquen un origen común entre el catalán y el nepalí.
Esta semana, Nature ha publicado dos artículos que nos hablan de la evolución del lenguaje. En el primero han intentado averiguar por qué algunas palabras evolucionan mucho más rápido que las otras, y para hacerlo han comparado las tasas de evolución de 200 palabras en 87 lenguas derivadas del Indo-Europeo. El resultado de esta comparación ha sido que el factor determinante en la velocidad con que se modifican las palabras es la frecuencia con que se utilizan: cuanto más se usan, más lentamente cambian.
El otro estudio se dedica a investigar como cambian las normas internas que rigen los idiomas analizando cómo se han regularizado los verbos ingleses durante los últimos 1200 años. Como en el caso anterior, han visto que cuanto menos se utiliza un verbo más fácil es que se regularice. Ellos, además, nos hacen una predicción: el próximo verbo inglés a regularizarse será el verbo wed (casar).
Pero si os cuesta aprender idiomas, no hace falta que sufráis más. Para volver a entender cualquier lengua en la que os puedan hablar, sólo tenéis que encontrar el Pez de Babel. Para más indicaciones, preguntad al autostopista galáctico.
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