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22/10/07

Las lecciones del sushi

Una de las cosas más desagradables que te puedes encontrar cuando vas a la playa y te tiras al agua, aparte de las medusas, son las algas. Si bien es cierto que hay algunas más o menos pegajosas que otras, más o menos filamentosas y más o menos consistentes, en general son unas compañeras de baño bastante molestas. En cambio sí que son apreciadas en la cocina, donde una de sus aplicaciones más de moda es la elaboración del sushi.

Existen, sin embargo, otras algas que no podemos ver a simple vista, y un ejemplo es la Chlamydomonas reinhardtii, una pequeña alga verde unicelular que mide 10 micrómetros (es decir, 0,01 milímetros o, lo que es lo mismo, una centésima parte de milímetro) que los científicos utilizan para estudiar la fotosíntesis en las células eucariotas. Lo que esta alga minúscula seguramente no se podía imaginar es que la semana pasada saltaría a la fama
convirtiéndose en la protagonista de un artículo en Science.

Chlamydomonas (flickr)

Una de las gracias de la Chlamydomonas es que divergió de las plantas terrestres y de sus familiares más próximos hace unos mil millones de años (lo que en inglés corresponde a un billón de años, pero no para nosotros), después de que las plantas se separasen de los animales. Es decir, hace mil millones de años vivió un organismo que dejó dos tipos de descendientes: los que se acabarían convirtiendo en las algas verdes, la familia de la Chlamydomonas, y los que se acabarían convirtiendo en las plantas terrestres, como los pinos o los geranios; y antes de eso, hace unos 1.600 millones de años, otro organismo había sido el padre tanto del ancestro común de los animales como del de las plantas. La importancia de nuestra pequeña alga dentro de este esquema es que, utilizando la técnica de la genòmica comparada, han podido identificarse genes que ya se encontraban en el último antepasado común entre plantas y animales.

Pero espera, estás yendo demasiado deprisa. ¿Qué es la genómica comparada? Bien, la genómica comparada es algo muy fácil de explicar, pero más difícil de llevar a la práctica. Imaginemos que damos una palabra muy larga a dos personas (no hace falta que tenga sentido, así es más fácil), y les decimos que formen una nueva palabra cambiando sólo una letra. Una vez la han formado, deben pasar esta nueva palabra a dos personas más, que deben hacer lo mismo, y así sucesivamente. Si esto lo hacemos con una palabra lo suficientemente larga, cuando recogemos las palabras de las últimas personas podremos compararlas y ver que, si bien todas son ligeramente diferentes, provienen de una misma palabra inicial. Y ¿qué tiene que ver esto con la genómica? Pues bien, en este caso, la palabra que proponemos es un gen, y quien la propone es el ancestro común. Los primeros en recibirla para poder modificarla serían, en nuestro caso, sus dos descendientes, los antepasados de las plantas y los animales, y cada uno de estos antepasados la daría a sus dos hijos, hasta que al final podríamos leer cómo es ahora este gen en las plantas y animales que encontramos hoy en día. Pero, ¡atención! Nosotros sólo podemos conocer estas palabras finales, que además están mezcladas entre otras muchas que han aparecido a lo largo del tiempo. Así pues, lo que hace la genómica comparada es comparar el genoma de las especies que encontramos hoy en día e intentar identificar aquellas palabras (o genes) que son derivaciones de una misma palabra ancestral.

En este estudio lo que se ha hecho ha sido secuenciar el genoma de la Chlamydomonas, identificar los genes que corresponden a proteínas y luego buscar coincidencias con el genoma y el proteoma (conjunto de proteínas) de algunas plantas y animales, como los seres humanos o la Arabidopsis Thaliana, una planta muy usada en genética. De esta manera, han podido identificar grupos de proteínas comunes tanto en Chlamydomonas como en animales y plantas, pero también familias de genes que solo se encuentran en Chlamydomonas y animales o en Chlamydomonas y plantas, por lo que ahora tenemos mucha información sobre como podía haber sido nuestro ancestro común con las plantas.

Así pues a partir de ahora, antes de poneros otra pieza de sushi en la boca, pensad como el alga que recubre el arroz puede darnos lecciones sobre nuestro pasado.

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